domingo, 4 de septiembre de 2011

Escapar del miedo y sobrevivir a la pobreza


Todos hemos huido y nos hemos escondido alguna vez en la vida. Pero para muchos millones de seres humanos, huir no es una opción, es cuestión de supervivencia. No pueden elegir, no tienen alternativas. Para ellos escapar es la única opción posible e implica tomar decisiones difíciles.

Lo han perdido todo, y aún así, muy a su pesar, tienen una responsabilidad y un poder inmensos, el que les obliga a decidir sobre la muerte de sus hijos y de sus mayores.
Decidir quién emprende el viaje a través del desierto durante semanas sin apenas agua ni comida, exponiéndose al ataque de hienas y de milicias armadas. Decidir qué hijo tiene más probabilidades de llegar con vida a los campamentos de refugiados.

Un poder sobrehumano en manos de unas gentes humildes. El mismo poder que les permite seguir adelante después de ver morir a sus hijos y a sus familiares en el camino. Y a pesar de ese inmenso poder, nada pueden hacer cuando tras la penuria del camino, una vez alcanzada la meta, como en un sueño, se esfuma entre sus manos la vida de los hijos que consiguieron llegar. Exhaustos, agonizantes. El triste peaje que pagan los que no tienen nada y necesitan de todo.

Enfrentarse a una muerte cierta, el miedo a perder la vida, es quizá el mayor de los miedos del ser humano. Millones de personas en el Cuerno de África se enfrentan a diario con sus miedos, y sobreviven duramente sin perder la esperanza de ganar la batalla a la muerte. Ese es su poder. Esa es su lección al resto del mundo.

Los habitantes de los países ricos también huyen y se esconden de sus miedos. El miedo a una realidad demasiado compleja y dura para mirarla de frente. El miedo a perder sus privilegios. El miedo a una vida vacía y sin sentido. Escapar a esos miedos también requiere tomar decisiones, elegir entre diferentes alternativas.

Alternativas de vida, no de muerte. Mirar hacia otro lado, edificar muros, imaginar amenazas, construir prejuicios, consumir sin medida. Respuestas humanas que aumentan la brecha de la desigualdad. Aún hay esperanza, nos lo enseñan a diario millones de personas que sobreviven en los umbrales de la pobreza. Sólo hay que tomar las decisiones adecuadas.

Vivir sin avergonzarse de una vida privilegiada. Morir sin arrepentirse de no haber hecho nada por los más desfavorecidos.

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