jueves, 25 de agosto de 2011

La lucha por una vida digna en Kibera


En principio debo aclarar que dicha extensión de terreno nace donde por lógica se acumula toda la mugre, la inmundicia, que sobra en todas las ciudades del mundo; o sea, en el interior de un gran barranco, en el cual personas humildes, personas venidas de las distintas partes de África, pululan, vagan, hasta conseguir construirse una vivienda ¿digna?, bueno, ello debe de matizarse, ya que se trata de casetas de zinc, de chabolas de – 4m., aproximadamente, sin agua potable, sin lavabos, ni inodoros, con la única satisfacción, en el más grato de los casos, de un hornillo de gas, mediante el cual poder echarse a la boca, calentado con antelación, los restos de aquello que se halla podido pillar.

Chabolas donde se hace insostenible la vida, cuando sale el sol; chabolas que expulsan a sus inquilinos hacia la calle, debido a la agonía calenturienta; todo ello sólo se puede mitigar por artificios metalúrgicos inventados para dar aperturas, para airear sus hogares. En la calle, otro de lo mismo, aunque matizado en otro color; la tierra es polvorienta, de un color rojizo; la cual cambia su nombre en época de lluvias, “tierra de chocolate”, por lo fangoso de su lodo, por lo contaminante de su “calzada”. Calzada para pies desnudos, para los piececitos de tan numerosos niños que distraídos vagan entre las numerosísimas y estrechas callejuelas de tan inmundo tugurio.

Aquí, como en tantas otras ciudades africanas, confluyen oleadas de migraciones “sur-sur”, migraciones de etíopes, migraciones de congoleños, migraciones de somalíes, migraciones de ugandeses, migraciones de sudaneses, migraciones venidas del interior: Kisumu, Turkana, Lodwar,…, migraciones todas, de los más dispares grupos étnicos existentes: pokot, turkan, masais, kikuyus, merus, luan,…; todos ellos, como no, son recibidos desde la desidia, desde los ojos cerrados, desde la hipocresía de los que dejan que se amontonen en los pocos reductos donde se les permite “acampar”; y esa es en verdad la palabra que debería de definir su pernoctaje, su siniestro y oscuro futuro.

Aquí nacerán en todo momento las más dispares explosiones sociales, válganos de ejemplo, en las elecciones gubernamentales keniatas de 2008, en los conflictos generados por la toma de poder, debido a las discrepancias entre los dos mayores grupos políticos opositores; donde como no podría ser de otra forma, surgieron espontáneamente las manifestaciones de quejas sociales, no en la ciudad, sino en Kibera, en el polvorín de la miseria, en el caos de las chabolas incendiadas; válgame ello para indicar, que dicho polvorín es también de armamento, ya que allí se encuentra, escondido, las armas de muchos negocios ilegales, y de muchas mafias étnicas, que por esos parajes purulan.

La mayor injusticia de todo ello, la pude observar con mis propios ojos, en Lodwar, en el noroeste de Kenia, en otro viaje de cooperación, donde asistimos médicamente a niños mal nutridos, los cuales provenían, junto con sus familiares, de los disturbios políticos de principios de 2008; o sea, y valga mi deducción, los cuales, por pertenecientes a ciertas étnias, vieron reducidas a cenizas sus chabolas de Kibera, vieron quemadas sus esperanzas, consumidas sus ilusiones; y fueron repudiados por sus molestos políticos, con el beneplácito de una organización con curiosas siglas: ONU; a una muerte lenta, a una desesperación inconsciente, con lágrimas secas.

“Vivir en un mundo mejor solo se logrará si pensamos que ello es posible”

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