jueves, 2 de junio de 2011

Mujer e infancia, motores de cambio en Mombasa


Kianda significa ‘valle fértil’. Y es a su vez el nombre que el socio local de Fundación del Valle escogió hace 50 años para contribuir con su trabajo al crecimiento de la ciudad de Mombasa, Kenia. Tanto es así que Kianda Foundation ha ido prosperando a lo largo de los años, dando respuesta a las necesidades reales de la mujer y la infancia en diferentes ámbitos.

Los proyectos que llevan a cabo responden a la convicción de que las mujeres son la clave para alcanzar un desarrollo social sostenible. Asimismo, promueven el acceso a una educación de calidad para los más pequeños, como medio para alcanzar un futuro digno, colmado de posibilidades.



Desde febrero de 2010, el distrito de Kilifi, una de las zonas más deprimidas de Mombasa, cuenta con una escuela dedicada a la capacitación profesional de la mujer. En ‘Tewa Training Centre’ se enseña a mujeres de todas las edades a realizar algún tipo de trabajo en el sector de la hostelería o la agricultura, y así ayudar al mantenimiento de la familia. Desde su inauguración, 460 mujeres han recibido formación en Tewa. Muchas de ellas han empezado a cultivar una pequeña parcela que les ha proporcionado una mejora en la nutrición. Asimismo, un 20% de dichas mujeres ha comenzado a vender las verduras de sus cosechas y un 10% ha emprendido su propio negocio de costura.

Voluntariado en Kenia
En agosto de 2010, un grupo formado por trece chicas se desplazó a Kilifi para iniciar, en colaboración con Fundación del Valle, un periodo de voluntariado. Durante su estancia, colaboraron estrechamente con los actores locales en la promoción de Tewa Training Centre, llevando a cabo diferentes labores.

Ahora, con motivo de la celebración del Año Europeo del Voluntariado, Isabel Cantero, madrileña de 26 años y una de las trece voluntarias, comparte su experiencia con el ánimo de motivar a otras personas a iniciarse o continuar con la acción social.

Las actividades que Isabel desarrolló durante su voluntariado dependían de la planificación dispuesta por las encargadas responsables de su estancia. “Por las mañanas un grupo atendía las necesidades sanitarias en un dispensario médico y el otro grupo acudía a los poblados cercanos con el fin de enseñar a sus habitantes cómo, con lo poco que tenían, podían vivir mejor”, explica Isabel. “La visita a las familias de los poblados siempre era una sorpresa. Al llegar a la choza preguntábamos en qué querían que les ayudásemos, así que, dependiendo de las necesidades de la familia colaborábamos en la cocina, la limpieza de la casa, aseábamos a los niños o limpiábamos el huerto de malas hierbas”, continúa la joven madrileña.

Las voluntarias prepararon antes de iniciar su viaje un proyecto educativo orientado a potenciar las capacidades intelectuales de los niños de la zona. “Impartimos clases de inglés, de manualidades, de deportes y juegos. Para la preparación del proyecto, nos pusimos en contacto con Tewa, para que nos indicasen el número de niños que se habían inscrito. Nos dijeron que serían unos 50 niños de 8 a 12 años”.

Sin embargo, la motivación y el interés de la población por aprender hicieron que el número de alumnos inscritos fuera más del doble. “El primer día, al organizar los grupos, nuestra sorpresa fue que se habían inscrito 108, más del doble, por lo que había que reorganizar el proyecto inicial. Durante los sucesivos días el número de alumnos iba en aumento, hasta que ya casi no cabían en el aula. El último día de escuela hicimos una graduación de la Primera Promoción de la Escuela de Vacaciones para niños de Tewa. Los niños nos miraban emocionados, todos querían un diploma, todos aplaudían impacientes”.

Impacientes por construir un futuro mejor.

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